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Cuentos Orientales. Segundo Programa de Abono del Ciclo Gran Sinfónico
Cuentos orientales |
Cuentos orientales

18/19OCT2023|20:00H

Teatro de la Maestranza |
20:00 h.
Director | Julio García Vico

Modest Mussorgski | Una noche en el Monte Pelado (arr. Rimski-Kórsakov)
Richard Strauss | Concierto para oboe y orquesta, en Re mayor, TrV292 (AV 144)
Nikolai Rimski-Kórsakov | Scheherazade, Op. 35

Oboe | CRISTINA GÓMEZ-GODOY
Director | JULIO GARCÍA VICO

Cuentos orientales | Notas al programa
Cuentos orientales
Notas al programa

Ahora que muere el día y se enciende la noche abramos los sentidos a la música y escuchemos sus historias. ¿Es abstracta la música? Así lo afirma la razón más pura: el sonido es vibración y forma, matemática estricta. Pero otra razón incorpórea nos susurra de profundis que la música es, antes que nada, una gramática del espíritu que habla directamente al corazón, como otra Scheherazade embaucadora…

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Los cartesianos renglones del pentagrama ceden su rectitud al sentimiento, se contornean, se vuelven arabescos y estamos, de repente, en un risco pelado al que acuden los demonios y las brujas o en un palacio de Bagdag surcado por alfombras voladoras… Hemos llegado a Oriente, pero, ¿qué es el Oriente? Quizá todo aquello que no se puede nombrar, pero sí comprender, como la música…

La primera y la última pieza de la noche comparten una voluntad narrativa y programática, quieren relatar su cuento a toda costa porque, como a la princesa Scheherazade, les va la vida en ello. Llevan ambas, como miniaturas pintadas en una caja lacada de Moscovia, el sello fantástico de Rusia desplegado en la opulenta y brillante orquestación de Rimski-Korsakov, cuyas riendas asiáticas maneja hoy el joven maestro gaditano Julio García Vico, una de las promesas cumplidas de la dirección española.

Entre ambas obras, como una encantadora de serpientes en un mercado persa, la joven y virtuosa oboísta linarense Cristina Gómez-Godoy, solista titular de la Staatskapelle de Berlín, nos hipnotizará con las frases de armonía sin fin y dulzura mozartiana con las que un octogenario Richard Strauss conjuró los desastres de la Segunda Guerra Mundial gracias a la inspiración de un soldado americano.

Una noche en el monte pelado

El primer relato de la noche nos lo cuenta al amor de la lumbre Nikolai Gogol en sus “Veladas de un caserío de Dikanka”, un decamerón rural y ucraniano en el que comparece la mitología eslava con sus espíritus del bosque, sus brujas y sus demonios. Al poner música a esta narración, titulada “La noche de San Juan”, Modest Mussorgski (1839-1881) escribió la banda sonora del miedo. Conocemos el cuento porque nos lo ha contado Disney: la imagen del diablo extendiendo sus alas membranosas que nacen de los roquedales de un calvario en la película “Fantasía” (1940), el aquelarre tétrico, como de pintura de Goya, que concita a todos los espectros hasta que el amanecer desvanece las sombras. Orquestada magistralmente por Rimski-Kórsakov (1844-1908), integrante como Mussorgski del nacionalista grupo de “Los cinco” que renovó la música rusa a finales del siglo XIX a partir del folclore y la literatura vernácula, su gran fuerza dramática que no da tregua al oyente la han convertido en una pieza recurrente en películas de terror.

A las afueras de Kiev existe topográficamente el Monte Pelado, donde Gogol ubicó este aquelarre de sombras. Ojalá que la música, como el amanecer, pudiera conjurar y disipar los horrores de la guerra, hechos de ruido y solo ruido.

Concierto para oboe y orquesta

“Soy el autor del caballero de la rosa”, así se presentaba un octogenario Richard Strauss (1864-1949) ante las tropas americanas que inquirían su nombre a la puerta de su villa en Garmisch, en los Alpes bávaros, al final de la Segunda Guerra Mundial. Reconocido por los soldados, entre los que había varios músicos, su residencia se libró de la ocupación por la intendencia americana y fue lugar de visitas y tertulias musicales. Entre los soldados que visitaban a Strauss se encontrabas John de Lancie, oboísta de la Sinfónica de Pittsburgh quien rogó al maestro la composición de un concierto para su instrumento que apenas había ampliado su repertorio desde el “Concierto en Do mayor” de Mozart. Strauss se negó y Lancie, que fundaba su petición en la belleza de los pasajes para el oboe en las obras straussianas, no volvió a insistir…

“Inspired by an American soldier oboist”

El 26 de febrero de 1946 se estrenaba en Zurich el “Concierto para oboe y pequeña orquesta en Re mayor”… inspirado por un soldado americano, oboísta. En las instrucciones remitidas por Strauss a sus editores especificaba que el estreno en USA lo realizara John de Lancie, quien, sin embargo, hubo de esperar por envidias y burocracias hasta 1964 para ejecutar su única interpretación pública. Resulta fascinante la creatividad final de un Strauss que en los años finales de la guerra vivía desolado por la destrucción del mundo de ayer que había llevado al suicidio a su querido Stefan Zweig. Lo abrumaban también las acusaciones no infundadas de colaboracionismo con el Reich, aunque en su descargo pudiera alegar que desde las altas esferas de la cultura alemana había podido proteger a su nuera judía y a sus nietos…

Tres movimientos, allegro moderato, andante y vivace, conforman esta pieza. Ninguna inquietud, ninguna zozobra, ningún anciano temblor emerge de este oboe que dialoga con Mozart más allá del tiempo y el espacio.

Scheherazade

A través del temperamento ruso Oriente es dos veces Oriente. “Scheherazade” es un inmenso tapiz cromático tejido con los colores de la Ruta de la Seda, como si las cúpulas de Samarcanda hubieran sido trocadas por las de San Basilio. Inicialmente fue concebida como una obra programática inspirada en cuatro pasajes de “Las Mil y una noches”: I. El mar y el barco de Simbad. II. La historia del príncipe Kalendar III. El joven príncipe y la joven princesa IV. Festival en Bagdad. El mar. El barco se estrella contra un acantilado coronado por un guerrero de bronce. Posteriormente, sin embargo, Rimski-Korsakov cambió estos nombres por los de Preludio, Balada, Adagio y Final, apelando al carácter abstracto de la música, sin significado objetivo. Pero, ante una obra tan inspirada y poética, es imposible hacer caso al autor: ¿no es preludiada cada escena por el motivo de un violín y un arpa que dan voz a la princesa Scheherazade que da inicio a su cuento? ¿La intensidad y melancolía del tercer movimiento no es una forma del amor?

En esta sinfonía oriental la bella Scheherazade extiende ante nosotros la alfombra voladora de la música y hace brillar el oro de lámpara maravillosa. Pero ya amanece y debemos interrumpir aquí nuestro relato

José María Jurado García-Posada

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