27/28JUN2024|20:00H
Dmitri Shostakóvich | Obertura festiva, Op. 96
Béla Bartók | Concierto para piano y orquesta nº 3, en Mi mayor, Sz. 119
Antonin Dvorák | Sinfonía nº 9, en Mi menor, Op. 95 “Del nuevo mundo”
Piano | JUAN PÉREZ FLORISTÁN
Director | MARC SOUSTROT
Notas al programa
Las tres obras del concierto de esta noche pertenecen a tres compositores de primera fila en sus siglos respectivos: Dvorák en el XIX, Bartók y Shostakovich en el XX. Y las tres están compuestas en momentos especiales, por distintas razones, de la vida de sus autores.
La vida y la música de Shostakovich, compositor ya fundamental del siglo XX, giran alrededor de su relación con el poder (Stalin) y con unas autoridades políticas y musicales que alternativamente lo premiaban y lo reprimían, hasta tal punto que hay una música oficial y otra más íntima, que se refugiaba sobre todo en las obras camerísticas.
El mismo Stalin que inspiró el fatal editorial de Pravda (“Caos en vez de música”) en 1936, contra su ópera Lady Macbeth, lo llamaba personalmente por teléfono para invitarle / exigirle que formara parte de la delegación rusa que, en 1949, asistió en Nueva York al Congreso Cultural y Científico para la Paz mundial. Y esto sólo un año después de sufrir (junto con Prokofiev y Kachaturiam, entre otros) los ataques de Zhdánov por su música “inapropiada y formalista”.
El Concierto de Bartók está compuesto en los meses de enfermedad y dejó sin orquestar los últimos compases. Tras haber emigrado a Estados Unidos en 1940 por la invasión nazi de Hungría, no tuvo el éxito esperado hasta que Koussevitzky le encargó el Concierto para orquesta (1943). La gran acogida de la obra le animó a componer su Tercer concierto para piano y un Concierto para viola, que también quedó inacabado.
La sinfonía de Dvorák nace en su larga estancia en Nueva York, lejos de su querida Praga y es el magnífico resultado de la unión entre los temas indígenas reinterpretados y la nostalgia de su patria.
Dmitri Shostakovich: Obertura festiva, op. 96.
Tras la muerte de Stalin en 1953 y el liderazgo de Kruschev, las nuevas autoridades encargan a Shostakovich, el músico más prestigioso de la URSS, con un creciente reconocimiento internacional, una obertura para celebrar el XXXVII aniversario de la Revolución de Octubre. Esta contribución “patriótica” no fue la única, pues en los años siguientes compuso una obra en memoria de los héroes de Leningrado y una marcha para la milicia soviética.
Dotado de una gran facilidad, el compositor escribe en tres días una obra de corte tradicional, con un tono humorístico no muy acorde con la solemnidad de la conmemoración. Comienza con una fanfarria y luego una sección animada recupera una melodía sacada de su ópera Lady Macbeth del distrito de Mtsenck, quizá un “recuerdo” de los ataques a la ópera, que amargaron al compositor. Su final es grandilocuente, con notable presencia de los metales.
Béla Bartók: Concierto para piano y orquesta nº 3, en Mi mayor, Sz. 119.
Aunque el piano estuvo presente en la obra de Bartók desde sus comienzos, con numerosas composiciones, es a partir de 1923, tras abandonar a su mujer y casarse con su alumna Ditta Pasztory, cuando emprende la composición de sus obras más importantes para el instrumento.
Tras el primero (1926) y el segundo (1931), Béla Bartók compuso su tercer concierto pianístico durante el verano de 1945. Estuvo trabando en él hasta cuatro días antes de su muerte, y sus últimos diecisiete compases serían completados por su discípulo Tibor Serly, que también completó el concierto para viola.
A pesar de que estaba escrito para (y dedicado a) su esposa, fue estrenado por Gyorgy Sandor y la orquesta de Filadelfia dirigida por Ormandy en febrero de 1946.
Se trata de un concierto más simple, más directo y menos disonante que cualquiera de sus obras de madurez, en el que se ha reducido el impulso vanguardista. En esta obra no existe, como en los dos conciertos anteriores, conflicto entre solista y orquesta, que acompaña aquí con una elegante sencillez. Jonathan Kramer subraya su “atractiva belleza e inocencia luminosa”.
Allegretto
En este allegro de sonata aparecen dos temas, el primero de los cuales, una hermosa melodía de espíritu magiar y cantabile, es expuesto por el solista. El segundo es un motivo scherzando. Tras un corto desarrollo, basado sobre todo en el primer tema, la repetición y la coda finalizan de un modo tradicional.
Adagio religioso. Poco più mosso. Adagio religioso.
Basado en el movimiento lento del Cuarteto nº 15 de Beethoven, que es un himno de alabanza tras haber superado una grave enfermedad, quizá Bartók quiso reflejar en la música su lucha contra la leucemia, entre la esperanza y la aceptación. El himno se contrapone con una música más ornamentada, para la que Bartók recurrió a unos cantos de pájaros que había anotado dos años antes en Carolina del Norte.
El límpido acompañamiento del piano crea una atmósfera nocturna, casi mística, lo que permite a Tranchefort definir el movimiento como un “testamento de paz de una serenidad intemporal”.
Allegro vivace. Presto. Allegro vivace.
Una discreta intervención de la percusión sirve como transición al movimiento final, un rondó de ambiente despreocupado, que tiene un ritmo sincopado de danza húngara y pasa luego a un tema más melódico, entrecortados ambos por dos episodios fugados. Aunque sigue existiendo una vitalidad rítmica, esta es algo más apagada que la de los allegros de los anteriores conciertos. Una decisiva stretta pone un fin clásico al concierto, que, por su expresividad contenida y por su poesía de carácter mozartiano, se ha convertido en uno de los principales del repertorio del siglo XX.
Antonín Dvorák: Sinfonía nº 9, en Mi menor, op. 95. “Del nuevo mundo”.
Jeanette M. Thurber, esposa de un rico propietario de almacenes mayoristas de Nueva York, se propuso fomentar la creación de un estilo musical norteamericano y en 1885 fundó el conservatorio nacional. Quiso poner al frente a un compositor de reconocimiento mundial y, tras vacilaciones iniciales, Dvorák aceptó por lo atractivo del contrato (veinticinco veces su sueldo en el conservatorio de Praga y sólo ocho meses al año de obligaciones oficiales). Dvorak llegó a Norteamérica en 1892 y permaneció hasta 1895.
Compuesta entre diciembre de 1892 y marzo de 1893, se trata de una obra admirable, con bellísimas melodías y de gran originalidad orquestal. Se estrenó en diciembre de 1893 por la orquesta de Nueva York, dirigida por el húngaro Anton Seild, en el Carnegie Hall, con un éxito arrollador. Un día antes, en un artículo publicado en el New York Herald, Dvořák explicó cómo la música nativa norteamericana había influido en la obra: ”En realidad no he utilizado ninguna de las melodías de los nativos americanos. Simplemente he escrito temas originales que incorporan las peculiaridades de la música indígena y, desde el momento que escogí esos temas, los he desarrollado con todas las modernas aportaciones en cuanto a ritmo, armonización, contrapunto y color orquestal”
A pesar de todo esto, se suele considerar que, como muchas otras de las obras de Dvořák, este trabajo tiene más en común con la música popular de su Bohemia natal que con los Estados Unidos. Leonard Bernstein afirmó que la obra tenía realmente una base multirracial. A veces encontramos el título con la preposición (y la intención) cambiada: “desde” el nuevo mundo en vez de “del”.
El Adagio inicial comienza con una frase de singular tristeza. Sigue una sección dramática que prepara el Allegro molto. El primer tema es presentado por la trompa con la respuesta del oboe. El tema pasa al tutti orquestal. Luego aparece el segundo tema. La flauta cierra la exposición con una melódica interpretación del tercer tema, parecido a un famoso espiritual negro norteamericano. El desarrollo empieza con este tema por medio de una variación de carácter épico, hasta la nueva aparición del primer tema que enlaza con la sección de recapitulación, que repite los tres temas. Termina con un dramático regreso al tema principal que concluye mediante una poderosa coda.
El segundo movimiento es un Largo, que destaca por la riqueza de sus melodías y por la sutileza de su instrumentación. El tema principal es una triste melodía de sabor negro colonial. Los violines repiten más tarde el melancólico tema. En la parte central los oboes y flautas exponen un nuevo tema esperanzador, que es repetido con más tristeza por los violines. Pero repentinamente el oboe empieza un tema danzante que pasa a la orquesta, llevándola a un clímax en el que reaparece el tema del primer movimiento. Se vuelve a la repetición de la primera parte con el tema del corno inglés, terminando con una etérea coda.
El scherzo empieza con una melodía fuertemente rítmica, marcada con golpes del timbal. El segundo elemento del scherzo es una variación del tema principal del largo que interpreta el corno inglés. Luego se repite la primera sección. El trío tiene el sabor del folclore checo. Termina con la repetición del scherzo y una extensa coda en la que aparecen nuevamente el tema principal del primer movimiento y el tercero que interpretaba la flauta.
El movimiento final, Allegro con fuoco, es el más extenso y el de mayor peso de la obra. Se dan cita los temas de los movimientos anteriores, cuya aparición conjunta en la coda es verdaderamente magistral. En el desarrollo se combinan elementos de los tres últimos movimientos. El tema principal abre la recapitulación seguido del segundo tema en los violines. Antes de terminar se recuerdan los temas de los cuatro movimientos, con lo cual se subraya el carácter cíclico de la sinfonía. En la coda aparece nuevamente el tema principal del primer movimiento, terminando con una conclusiva stretta.
Juan Lamillar