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Danzas de Otoño. 3º Programa Ciclo Gran Sinfónico ROSS
Danzas de otoño |
Danzas de otoño

23/24NOV2023|20:00H

Teatro de la Maestranza |
20:00 h.
Director | Antonio Méndez

Elena Mendoza | Stilleben mit Orchester “Otoño”
Robert Schumann | Concierto para piano y orquesta, en La menor, Op. 54
Serguéi Rachmaninov | Danzas sinfónicas, Op. 45

Piano| JAEDEN IZIK-DZURKO (Premio María Canals 2022)
Director | ANTONIO MÉNDEZ

Danzas de otoño | Notas al programa
Danzas de otoño
Notas al programa

Atenta siempre a la creación contemporánea, la ROSS comienza cuatro de los conciertos de esta temporada con sendas obras de compositoras andaluzas aún en activo, y lo hace acogiéndose a los nombres de las cuatro estaciones, que podemos evocar (entre innumerables ejemplos) con los violines de Vivaldi o las extravagancias pictóricas de Arcimboldo.

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El otoño aparece como el tiempo de la melancolía, la madurez y la reflexión. Se habla mucho de los colores del otoño, pero ¿cuáles son los sonidos de esta estación melancólica? Dejando aparte las interminables listas de canciones para el otoño al albur de los algoritmos, recordamos las palabras de William Wordsworth: «Salvaje es la música que trae los vientos otoñales entre los bosques desvaídos».

Más en la reflexión que en la melancolía debemos situar la obra de Elena Mendoza, brillante compositora sevillana, formada en su ciudad y en Zaragoza, antes de trasladarse a Alemania para seguir estudios en Augsburgo, Dusseldorf y Berlín, donde ejerce como catedrática de composición y música experimental en la Universitat der Künste. Entre los premios importantes, destaca el Nacional de Música en 2010, concedido por primera vez a una compositora en reconocimiento a su “contribución a la creación musical española” y a su “externalización”, pues sus obras se interpretan en numerosos países.

La melancolía afectó gravemente a Robert Schumann, que mantuvo desde su juventud una escisión entre dos personajes que simbolizan una dualidad del ser que se transluce en su música: el eufórico Florestán, el abatido Eusebius. Mucho se ha escrito sobre la enfermedad de Schumann, esa “niebla oscura” que lo envolvía y que se manifestaba en depresión, alucinaciones y melancolía, hasta acabar en la locura (intento de suicidio, últimos años en un sanatorio mental) y que deja en sus obras «brotes emocionales de oscuridad y desamparo», como ha señalado la crítica. Seguramente, hoy sería diagnosticado como trastorno bipolar.

A pesar de alcanzar la celebridad a los veinte años, gracias a su ópera Aleko, que le valió la admiración y el apoyo de Chaikóvski, y de obtener una cátedra en el conservatorio de San Petersburgo, el desajuste psíquico también afectó a Serguéi Rachmáninov, sobre todo tras el fracaso de su Primera sinfonía, estrenada en 1897. Preocupados por su depresión, parientes y amigos le consiguieron una entrevista con Tolstoi, ya convertido en una figura mundial, pensando en el beneficio de esa relación, pero la intemperancia del autor de Anna Karénina frustró el empeño.  Más efectivo resultó el tratamiento del doctor Nikolái Dahl, seguidor de Charcot en la utilización de métodos como la sugestión, la autosugestión y el hipnotismo. Rachmáninov se recuperó de su trauma psíquico y enseguida escribió su célebre Concierto nº 2 para piano y orquesta (1901), que dedicó a Dahl.

En 1906 se trasladó a Dresde y comenzó su carrera de concertista de piano, que lo llevó a diversas ciudades europeas y más tarde a Estados Unidos (Nueva York, Chicago, Boston, Filadelfia), donde obtuvo grandes éxitos. Volvió a Rusia en 1910 pero la abandonó en 1917, a causa de la Revolución, para instalarse en Estados Unidos. Nunca volvió a su país, a pesar de viajar todos los años a Europa. La última etapa de su vida transcurrió entre su casa frente al lago de Lucerna y la que poseía en Beverly Hills (California), donde murió.

La música de Rachmáninov gozó tempranamente del fervor del público pero sufrió cierta minusvaloración por parte de otros compositores más avanzados y por los críticos de los medios musicales de las vanguardias, que recelaron de la innegable carga emotiva de sus composiciones, caracterizadas por el melodismo y la expresividad.

 

Elena Mendoza: Stilleben mit Orchester “Otoño”

Estrenada en mayo de 2022 en Madrid por la Orquesta Nacional, la partitura especifica que se trata de una obra “para orquesta grande con objetos de la vida cotidiana”. La palabra alemana que le da título, Stilleben, significa “vida quieta”, “vida callada”, términos que hacen referencia al género pictórico de la naturaleza muerta o bodegón, en el que se representan objetos diversos.

La autora subraya la dimensión estética y la trascendencia de lo cotidiano, y así, en esta obra asistimos a una representación sonora de lo doméstico, ya que introduce el sonido de varios objetos cotidianos (botellas, copas, latas, ensaladeras) en el tejido orquestal.

Mendoza se refiere a la influencia de la pandemia reciente en el descubrimiento de «nuevos mundos en las cosas pequeñas», una intimidad propiciada «por la propia naturaleza de los objetos, que no han sido diseñados para hacer música y por lo tanto no tienen un cuerpo de resonancia que los amplifique como los instrumentos musicales tradicionales».

 

Robert Schumann: Concierto para piano y orquesta, en La menor, Op. 54

Schumann ya había trabajado (1828, 1831, 1839) en varios conciertos para piano, pero no completó ninguno.  Su único concierto pianístico tiene su origen en la Fantasía para piano y orquesta en La menor (1841), cuyos materiales se integran en el primer movimiento.  Su esposa Clara Wieck, una de las grandes pianistas del XIX, le sugirió que ampliara   la fantasía para convertirla en un concierto, tarea que realizó en 1845, logrando uno de los que figuran en el repertorio más exigente. Schumann lo definió como «algo entre sinfonía, concierto y gran sonata». Clara lo estrenó en Dresde, dirigida por Hiller, a quien está dedicado, en diciembre de 1845, y en enero de 1846 lo tocó en Leipzig bajo la dirección de Mendelsohnn. Hasta el final de su carrera, Clara, que sobrevivió cuarenta años a su marido, lo interpretó por toda Europa.

Lo que más se valora actualmente, el diálogo paritario de piano y orquesta y la ausencia de virtuosismo, es lo que más sorprendió en su época: un crítico señaló «los esfuerzos dignos de elogio de la señora Schumann para hacer que la curiosa rapsodia de su marido pasara por música». Liszt lo llamó «concierto sin piano».

Allegro affettuoso

El movimiento está construido de manera muy libre según la forma sonata y se vertebra en torno a un precioso tema principal de carácter solemne. El núcleo del movimiento plantea el conflicto entre el bullicioso Florestán y el soñador Eusebius, en un constante diálogo, íntimo y cantabile, entre piano y orquesta. El desarrollo pasa de un estado de ánimo a otro de forma casi vertiginosa, explorando las ambigüedades de los distintos componentes de los temas.

Intermezzo. Andantino grazioso

El movimiento presenta un tono intimista y romántico. El amoroso diálogo entre solista y orquesta preside todo este tiempo, que, en su última secuencia, retoma el tema del movimiento inicial, que le sirve de lazo de unión con el Allegro vivace final. Muestra ampliamente el sentido melódico de Schumann dentro de un espectro que va de lo exaltado a lo poético. ​

Allegro vivace

Comienza sin pausa con un retorno afirmativo del tema principal del primer movimiento y continúa con una variada riqueza melódica, tono alegre y ritmos marcados, con pasajes sincopados de gran efecto dentro de un ámbito de lírica sobriedad. Abundan las ambigüedades rítmicas que animan un espíritu danzante y subrayan el carácter optimista de un final desenfrenado y triunfal, que evoca el concierto Emperador de Beethoven.

 

Serguéi Rachmáninov: Danzas sinfónicas, Op. 45

Se trata de la última obra compuesta por Rachmáninov, tres años antes de su muerte. Con el título inicial de Danzas fantásticas fue compuesta en agosto de 1940, originalmente para dos pianos, y el músico solía interpretarla con su vecino Vladimir Horowitz. Orquestada muy rápidamente, está dedicada a Eugenio Ormandy, que la estrenó en enero de 1941 con la orquesta de Filadelfia.

La preocupación por la muerte se advierte en los títulos (después omitidos) de cada movimiento, que parecen aludir a las tres etapas de la vida humana: mediodía, crepúsculo y medianoche.

El primer movimiento, Non allegro, se caracteriza por sus ritmos enérgicos con cierto tono grotesco, que contrastan en su parte central con una melodía nostálgica de estilo ruso encomendada al saxofón alto. Los cambiantes estados de ánimo del movimiento finalizan con una cita de su Primera sinfonía.

El Andante con moto está escrito en un tempo de vals, cuya lentitud inicial va animándose en una serie de pulsaciones heterogéneas, que crean una sensación de conflicto. La combinación de armonías y de timbres remiten a la música francesa: Debussy y, sobre todo, el Ravel de La valse.

La última danza lleva la indicación de Lento assai. Allegro vivace, y sus ritmos sincopados evocan el jazz, pero destaca sobre todo el uso del tema del Dies irae, que ya había utilizado en varias obras y que aquí es sometido a variaciones rítmicas y armonizaciones diversas. Le sigue un tema de las Vísperas de la liturgia ortodoxa, de gran profundidad lírica. Los dos temas religiosos (Muerte y Resurrección) se combinan al final en una poderosa orquestación, reforzada por la percusión.

Juan Lamillar

En colaboración con: