ALEXANDER SCRIABIN | Rêverie
JEAN SIBELIUS | Concierto para violín y orquesta, en Re menor, Op.47
EDWARD ELGAR | Variaciones enigma, Op.36
Violín | Alexandra Conunova
Directora | Zoe Zeniodi
Notas al programa
Tres compositores singulares nos acompañan en esta velada, en la que la enigmática personalidad de Scriabin encuentra su eco en la enigmática obra de Edward Elgar, el juego sofisticado de un caballero británico. Las dos obras enmarcan el bellísimo concierto para violín de Sibelius, un compositor que, como Chaikovski o Rachmáninov, fue minusvalorado por las vanguardias del siglo XX.
Alexander Scriabin: Réverie.
Compositor y pianista, Scriabin estuvo influenciado inicialmente por Chopin y Liszt, pero en los primeros años del siglo XX comenzó a experimentar con la atonalidad, dejando una obra extensa (numerosas piezas para piano, sinfonías, poemas sinfónicos) y compleja en su propuesta y en su escucha. Muy influido por la teosofía, al morir tempranamente dejó inacabada una ambiciosa obra, Misterio, que debía interpretarse en el Himalaya y que concibió como "una grandiosa síntesis religiosa de todas las artes que anunciaría el nacimiento de un nuevo mundo".
Otra característica singular es que, debido a su sinestesia, “oía colores” y asociaba las diversas tonalidades con determinados colores. En su obra Prometheus, el poema del fuego incluye una parte en la que un órgano colorido (tocado como un piano) proyecta colores sobre una pantalla.
La obra que escucharemos fue compuesta en 1898 y es su primera composición orquestal. En un viaje a San Petersburgo se presentó a su editor con la partitura de Prélude, una pequeña miniatura en Mi menor y con forma ternaria. Como al editor no le pareció adecuado ese nombre para una obra orquestal, decidieron denominarla Rêverie.
Su amigo Nikolái Rimski-Kórsakov la describió como “encantadora, llena de intrigantes armonías y no mal orquestada”. La obra fue estrenada el 5 de diciembre de 1898 en San Petersburgo con tanto éxito que Rimski-Kósakov tuvo que repetirla. Después, Scriabin interpretó una selección de sus estudios, preludios e impromptus al piano.
Jean Sibelius: Concierto para violín y orquesta en Re menor, Op.47
Sibelius es Finlandia, hasta tal punto que Alex Ross afirma que “no fue simplemente el compositor más famoso que jamás ha producido Finlandia, sino la principal celebridad del país en cualquiera de sus ámbitos”, y no sólo por su papel en la independencia del país en 1917, tras 108 años bajo el imperio de Rusia, sino porque su música, tan celebrada hoy como cuestionada ayer por las vanguardias europeas, se nutre de la mitología y la naturaleza del país. En 1926 concluyó Tapiola, su última obra importante, a la que siguió un relativo silencio de treinta años, pues trabajó infructuosamente en una Octava sinfonía y con más provecho en dotar de música ritual a la revivida masonería finlandesa.
En 1903, entre su Segunda y Tercera sinfonías, Sibelius compuso su Concierto para violín, el único para instrumento solista que escribió, aparte de otras piezas como sus seis Humoresques para violín y orquesta.
El concierto estaba dedicado al notable violinista Willy Burmester, quien iba a interpretarlo en Berlín, pero Sibelius decidió estrenarlo en febrero de 1904 en Helsinki con Víctor Novacek, profesor de violín del conservatorio, como solista y bajo su dirección. Novacek tocó pobremente y el estreno fue un desastre.
Sibelius no permitió la publicación de esta versión y realizó varias revisiones, eliminando bastante material y acentuando el diálogo entre solista y orquesta y la tensión sinfónica. La nueva versión se estrenó en Berlín, en octubre de 1905, bajo la dirección de Richard Strauss y con Karel Halir como solista. Burmester decidió no interpretar el concierto y el compositor lo rededicó al niño prodigio húngaro Ferenc von Vecsey.
Esta versión original se dio a conocer en 1990, cuando los herederos de Sibelius autorizaron un concierto y una grabación en el sello discográfico sueco BIS, actuando Leonidas Kavakos como solista.
El concierto presenta una música absoluta que exige una destreza técnica impecable. Aunque es evidente su tono rapsódico, respeta los tres movimientos habituales.
El primero, Allegro moderato, está organizado en forma sonata. El primer tema, una prolongada línea rapsódica, es expuesto por el solista y luego repetido por los clarinetes. El segundo tema es anunciado por las cuerdas y se establece un diálogo con el violín solista. Es destacable que la cadencia del solista se sitúa inesperadamente en el centro del movimiento y se usa como parte del desarrollo. Finaliza con una variada reexposición en la que la escritura violinística parece improvisada.
Para el segundo movimiento, Adagio di molto, reservó Sibelius su estilo más personal. Abre con dúos de viento y, tras un interludio orquestal, el solista interpreta un complejo contrapunto a dos voces, en el que las dos partes tienen ritmos diferentes, lo que aumenta la dificultad. Cuando entra el violín, la música se hace temperamental pero a un ritmo cadencioso. Quizá sea el más romántico de los tres movimientos, y presenta algún eco del concierto de Chaikovski.
El tercer movimiento, Allegro ma non tanto, es conocido entre los violinistas por su difícil técnica. Precedido por una introducción rítmica asignada a la percusión y las cuerdas bajas, el solista introduce el primer tema. El segundo tema es presentado por la orquesta y tiene una marcada apariencia de vals. Tras una fanfarria a cargo de los metales, el virtuosismo del solista pone fin al concierto en una cascada musical que finaliza en una sola nota.
Edward Elgar: Variaciones enigma, Op. 36
Esta obra afianzó la reputación de Elgar y, gracias a ella, Inglaterra pudo entrar en el siglo XX con una pieza orquestal importante escrita por un compositor del país. Autor de obras vocales, sinfonías y conciertos (para violín y para violonchelo) y de obras tan conocidas como las cinco marchas de Pompa y circunstancia, tras su Concierto para violonchelo (1919) no escribió ninguna obra importante, quizá porque, tras la Primera Guerra Mundial, desapareció la Inglaterra victoriana de la que fue un digno representante. Se da la paradoja de que, aunque sus obras procuraron categoría internacional a la música inglesa, no prestó mucha atención a la tradición musical autóctona y siguió modelos europeos, sobre todo alemanes.
Las Variaciones sobre un tema original para orquesta Op. 36, "Enigma" fueron compuestas por Elgar en 1899 y se convirtieron en una de sus obras más célebres, tanto por la música en sí como por el enigma que esconde y que no ha sido resuelto. Elgar, aficionado a los acertijos y a la criptografía, dedicó la obra a "mis amigos retratados en ella" y cada una de las catorce variaciones responde a un singular retrato de sus individualidades.
El origen de la obra fue una melodía improvisada una tarde en el piano, como distracción tras sus clases, que llamó la atención de su esposa y sobre la cual comenzó a componer unas variaciones en las que representaba el carácter de sus amigos, identificados por sus iniciales, y en las que deslizaba alusiones a obras de Mozart, Beethoven o Mendelssohn.
Tras su orquestación, fue estrenada en Londres el 19 de junio de 1899, bajo la dirección de Hans Richter. La crítica al principio se irritó por la apariencia complicada, pero luego reconoció la originalidad, la calculada estructura y la eficaz orquestación de una obra que ha alcanzado un éxito considerable, siendo la composición de Elgar más interpretada por orquestas no británicas.
Elgar declaró a C. A. Barry, encargado de redactar las notas para el estreno: “No explicaré el Enigma. Su significado oculto debe permanecer sin resolver, y te advierto que la conexión aparente entre el tema y las variaciones es con frecuencia muy sutil. Además, a lo largo de la serie existe un tema mayor, pero no se toca… De modo que el tema principal nunca aparece”.
Así, la obra esconde un tema principal oculto y que nunca es tocado. Elgar dejó varias pistas para dar con la respuesta, y aunque recibió varias propuestas de solución a lo largo de su vida, las rechazó todas. Algunos de esos indicios señalan que el tema involucra un "oscuro decir", jamás se interpreta a lo largo de la obra y es, en palabras de Elgar, "muy conocido".
Tras la exposición del tema, la primera variación evoca a su esposa; en la última, el compositor se autorretrata. Entre ambas, aparecen amistades diversas (Richard Baxter Townshent, William M. Baker, George Robinson Sinclair,…), cercanas al ámbito musical. La variación X está dedicada a Dora Penny, que, al parecer, era la única persona que podría adivinar la solución y que escribió un libro sobre las Variaciones y los personajes que se esconden tras ellas. En la número XIII, tres asteriscos encubren el nombre de una dama que realizaba en aquellas fechas un viaje por mar. Con el autorretrato del músico, la obra termina en un grandioso clima solemne.
El musicólogo Julian Rushton ha sugerido que quizá la solución del enigma no pertenezca al ámbito musical, sino al metafórico y es probable que sea la amistad el tema oculto que recorre la obra entera.
Juan Lamillar