SOFÍA GUBAIDÚLINA | Fairy Tale
CARL NIELSEN | Concierto para flauta y orquesta
ÍGOR STRAVÍNSKI | La consagración de la primavera
Flauta | Vicent Morelló Broseta
Director | Nuno Coelho
Notas al programa
El concierto de esta noche comienza con una pieza de Sofía Gubaidúlina, de noventa y cuatro años, unas de las compositoras más destacadas de Rusia, tras Shostakovich y Schnittke. Sus primeras obras fueron etiquetadas como “irresponsables”, aunque contó con el apoyo de Shostakovich, quien, conocedor de tantos caminos y estrategias para relacionarse con el poder, la animó a seguir su “camino erróneo”.
De Carl Nielsen, que domina la música danesa contemporánea y ha influido en sus compositores posteriores, escucharemos su Concierto para flauta. Nacido en el mismo año, es el equivalente en Dinamarca a la figura de Sibelius en Finlandia, y su música también es fiel al sentimiento nacional y a una tradición que destaca la importancia de la melodía.
La obra de despedida, La consagración de la primavera, es en realidad un comienzo. La obra más atrevida y polémica de Igor Stravinski inaugura la nueva música del siglo XX, en un año, 1913, que para muchos historiadores, rompiendo la estricta cronología, es cuando acaba el XIX, ya a las puertas de la Primera Guerra Mundial.
Sofía Gubaidúlina: Fairy Tale.
Nacida en la Unión Soviética, Sofia Gubaidúlina está considerada una de las más destacadas compositoras contemporáneas por su intrépida experimentación con afinaciones alternativas, el acercamiento al serialismo dodecafónico, la instrumentación inusual y el tratamiento de temas espirituales, a los que no son ajenos las influencias orientales y cierto anhelo místico. Considera “un ideal” la situación en la que “el artista domina todos los medios - tanto nuevos como tradicionales – pero como si no prestara atención ni a unos ni a otros”.
El Poema-Skazka (“Poema de cuento de hadas”) se compuso originalmente para un programa de radio de 1971 basado en "El trocito de tiza", un cuento infantil del escritor checo Miloš Macourek, que encierra un sentido profundo, como señaló la autora: “Me gustó tanto la historia y me pareció tan simbólica del destino de un artista que llegué a tener una relación muy personal con esta obra”.
La protagonista es una tiza que sueña con dibujar castillos, jardines y el mar, pero cada día dibuja números y palabras en la pizarra. Los niños crecen y la tiza se hace cada vez más pequeña, hasta que la tiran. Uno de ellos la guarda en su bolsillo y la oscuridad le hace pensar que ha muerto pero el niño la saca y dibuja con ella en el asfalto castillos, jardines y el mar. La tiza es tan feliz que no se da cuenta de que se está desintegrando.
Gubaidúlina se caracteriza por su sorprendente manera de intercalar momentos dramáticos de silencio entre serenas melodías en cascada e intensos estallidos de color armónico, como vemos en la presentación de esta historia como un tapiz sonoro, en el que las voces instrumentales despliegan un cierto clima estático en el que resaltan una fuga pizzicato con aires de jazz y algunos momentos de intensidad orquestal que desembocan en un progresivo acercamiento al silencio final.
Carl Nielsen: Concierto para flauta y orquesta
Cuando Nielsen escribe este concierto, en 1926, ya había finalizado el ciclo de sus seis sinfonías (cuatro de ellas con títulos sugerentes: Los cuatro temperamentos, Expansiva, Inextinguible y Semplice). Su origen se remonta a 1921 cuando, impresionado por las interpretaciones del Quinteto de viento de Copenhague, escribió expresamente para este conjunto su Quinteto de viento, cuyo último movimiento era un tema con variaciones que representaban las personalidades de los cinco intérpretes y sus respectivos instrumentos, claramente una evocación de las Variaciones Enigma de Elgar. El siguiente proyecto fue escribir un concierto para cada uno de los instrumentistas, comenzando con el flautista Gilbert-Jespersen. Antes de su muerte sólo pudo escribir, en 1928, el Concierto para clarinete, para Aage Oxenvad.
Nielsen comenzó a trabajar en el concierto mientras viajaba por Alemania e Italia en agosto de 1926 con la intención de estrenarlo en París en octubre. Al no terminarlo a tiempo, preparó un final provisional que no impidió la positiva acogida en un estreno al que asistieron Ravel y Honneger.
En enero de 1927 la versión definitiva se estrenó en Copenhague y el concierto entró en el repertorio internacional. Al igual que su anterior Concierto para violín, la obra entronca con la tradición pero reflejando las tendencias de la década, cercanas al estilo neoclásico. El concierto carece de estabilidad tonal y sólo consta de dos movimientos.
El primero, Allegro moderato, presenta diálogos entre la flauta solista y la orquesta, pero también entre el clarinete y el fagot. Tras una interrupción inesperada del trombón bajo, la flauta pasa a primer plano con un tema cantabile. Una cadencia orquestal conduce de nuevo a los temas de apertura antes de terminar tranquilamente.
El Allegretto un poco – Adagio ma non troppo – Allegretto – Poco adagio – Tempo di marcia, se abre, según el compositor, con "un poco de maldad en algunas notas emitidas por la orquesta, pero la atmósfera se relaja rápidamente de nuevo y, cuando entra la flauta solista, lo hace con inocencia infantil". El comienzo melodioso del movimiento fluctúa entre Allegretto que se convierte en Adagio ma non troppo antes de establecerse en una variación Tempo di marcia en la apertura melódica. El glissando del trombón introduce una serie final de divertido humor grotesco, para poner punto final a la obra.
Igor Stravinski: La consagración de la primavera
Uno de los temas centrales en la abundantísima bibliografía sobre Igor Stravinski (biografías, estudios sobre sus obras, sus memorias y varios libros de conversaciones) es La consagración de la primavera, como si el solo del fagot en su registro agudo con el que comienza abriera la puerta a la música del siglo XX, pero también como si el sacrificio de la elegida y la violencia primitiva de las danzas anticiparan la inminencia de la guerra.
Durante 20 años, los Ballets Rusos, creados en 1909 por ese mago que fue Serguéi Diáguilev, difundieron por Europa Occidental la gran vitalidad de la escuela rusa y el exotismo eslavo, basándose en la armonía de todas las artes que intervienen en la danza. Ya en 1910, Stravinski estrenó El pájaro de fuego y repitió al año siguiente con Petrushka. Tras esos dos éxitos, escribe, para la temporada parisina de 1913, La consagración de la primavera, estrenada en el Teatro de los Campos Elíseos el 29 de mayo, dirigida por Pierre Monteux. La coreografía fue creada por Vaslav Nijinsky, con escenografía y vestuario de Nicholas Roerich. En el programa figuraban también Las sílfides, El espectro de la rosa, y las “Danzas polovtsianas” de El príncipe Igor.
A diferencia de los ballets anteriores, «rusos» pero menos «rupturistas», Stravinski se atrevió a innovar más de lo que los vanguardistas franceses se habían atrevido a hacer. Su estreno, como podía esperarse, supuso un escándalo: el público comenzó a abuchear la obra cuando aún no había finalizado, hubo peleas y presencia policial en la segunda parte. Todo con gran satisfacción del empresario (“Era lo que yo quería”). El estreno, del que existen varios testimonios literarios, fue recreado con gran realismo en la película de 2009 Coco Chanel & Igor Stravinsky, dirigida por Jan Kounen.
Salvo el entusiasmo de algunos críticos más abiertos, la crítica la consideró una sucesión estruendosa e incomprensible de sonidos y ruidos. Como ejemplo (y no de los más duros), lo que al día siguiente escribió Jean Chantavoine en el Excelsior: “Para sugerir la falta de armonía de un mundo sólo parcialmente humano, hundido en el barbarismo y cercano a la animalidad, Stravinski escribe La consagración de la primavera, una obra que casi de principio a fin es deliberadamente discordante y ostentosamente cacofónica”. Por el contrario, su amigo Jean Cocteau encontraba en ella “lirismo y misticismo”.
La obra tiene su origen, según Stravinski, en una visión: “Vi en mi imaginación un rito pagano solemne: los ancianos sabios, sentados en un círculo, observando a una muchacha que baila hasta morir. La están sacrificando para propiciar al dios de la primavera”. En esta evocación de la Rusia primitiva no se utilizan temas folklóricos pero los críticos señalan que toda la partitura está llena de una “memoria folklórica inconsciente”.
Stravinsky desarrolla aquí una sonoridad completamente nueva y experimenta con la tonalidad, la métrica, el ritmo, los acentos y la disonancia. Abundan los efectos percutivos, agresivos y violentos, desaparece el sonido expresivo y melódico de los instrumentos de cuerda y son la percusión y los instrumentos de viento los que evocan una naturaleza salvaje y primitiva. Los violines se limitan prácticamente a funciones de acompañamiento rítmico. También incluyó instrumentos poco frecuentes en una orquesta sinfónica, como el güiro o la trompeta piccolo.
La obra lleva el subtítulo de “Historias de la Rusia pagana en dos partes”, y los títulos de los diversos números indican muy claramente el transcurso de la acción. Los de la primera parte, “Adoración de la tierra” son: Introducción - Augurios primaverales (Danza de las adolescentes) - Juego del rapto - Rondas primaverales - Juego de las tribus rivales – Cortejo del sabio - Adoración de la tierra (El sabio) - Danza de la tierra. En la segunda, “El sacrificio” encontramos: Introducción - Círculos misteriosos de las adolescentes - Glorificación de la elegida - Evocación de los antepasados – Acción ritual de los antepasados – Danza sagrada. (La elegida).
La consagración de la primavera ha alcanzado un mayor reconocimiento como pieza de concierto, y está considerada como una de las obras más influyentes del siglo XX, pero no hay que olvidar que se creó para la escena y también en el ámbito de la danza supuso un cambio radical con respecto al ballet clásico, convertida ya en una pieza icónica del ballet contemporáneo. En 1987, mediante notas y dibujos, se pudo reconstruir la perdida coreografía original de Nijinski, que fue representada por el Joffrey Ballet de Los Ángeles. El ballet ha sido coreografiado por la mayoría de las grandes personalidades del mundo de la danza como Maurice Béjart en 1972 o Pîna Bausch en 1975.
Juan Lamillar