JOAQUÍN RODRIGO | Concierto andaluz para cuatro guitarras
SERGUÉI RACHMÁNINOV | Sinfonía nº 2, en Mi menor, Op.27
Guitarras | Cuarteto de Guitarras de Andalucía
1ª guitarra | Francisco Bernier
2ª guitarra | Antonio Duro
3ª guitarra | David Martínez
4ª guitarra | Javier Riba
Director | György Győriványi Ráth
Notas al programa
Las dos obras de esta velada presentan un notable contraste, pues al carácter jubiloso del concierto de Joaquín Rodrigo se opone la melancolía doliente de la sinfonía de Rachmáninov.
La música de Rachmáninov, que fue además un magnífico pianista, contó tempranamente con la valoración del público, pero fue rechazada por otros compositores más avanzados y por los críticos favorables a las vanguardias, que desdeñaban la innegable carga emotiva de sus obras, caracterizadas por el predominio de la melodía y la expresividad. Su temperamento angustiado e introvertido contribuyó a que su música se mantuviera en un estilo postromántico sin indagar en el lenguaje musical del siglo XX.
A su regreso de París, Rodrigo conoció un éxito fulgurante, que mantuvo hasta sus últimas obras, ya en la década de los noventa. Esa fidelidad constante a la tradición se ha querido ver como cierto inmovilismo, y también esa levedad elegante, esa gracia melódica de su música va a la par, como señala Federico Sopeña, de “una hondura reflexiva que parece estar hecha de íntima melancolía”.
Joaquín Rodrigo: Concierto andaluz para cuatro guitarras
Joaquín Rodrigo nació en Sagunto, en noviembre de 1902. A los tres años, perdió la vista a causa de la difteria. Tras sus primeros estudios musicales, en 1927 se traslada a París, siguiendo el ejemplo de Albéniz, Granados, Falla o Turina. Durante cinco años estudió con Paul Dukas y conoció a importantes compositores.
Tras finalizar la guerra civil vuelve a España y desarrolla una obra extensa y diversa (sin olvidar su labor como crítico musical), una obra luminosa que evoca esa “luz no usada” de la que hablaba fray Luis de León en su “Oda a Salinas”, otro músico ciego.
Rodrigo es un ejemplo de compositor vinculado a una sola obra. En su caso, el célebre Concierto de Aranjuez (también programado en la presente temporada de la ROSS), sugerido por el guitarrista Regino Sáinz de la Maza, escrito en París en 1939 y estrenado en 1940 en Barcelona, con un gran éxito, que no hizo sino crecer por su difusión internacional, incluso en terrenos como el jazz (Miles Davis versionó el Adagio en su álbum Sketches of Spain).
Rodrigo escribió otros conciertos en los años cuarenta: Heroico para piano (1942), De estío para violín (1943) In modo galante para violonchelo (1949). En las décadas siguientes aparecen otros nuevos: Concierto serenata para arpa (1952), Fantasía para un gentilhombre (1958) para guitarra, Madrigal para dos guitarras, Pastoral para flauta (1978) y Concierto para una fiesta para guitarra (1982). Se despide del género concertante ya en su ancianidad, con Rincones de España, obra de 1990 para guitarra y orquesta.
En junio de 1966 el guitarrista Celedonio Romero le escribe una carta hablándole del cuarteto de guitarras que forman él y sus tres hijos, con el que interpretan con frecuencia el Concierto de Aranjuez y la Fantasía para un gentilhombre. “Todas las grandes orquestas de Estados Unidos, Canadá y Japón nos piden que toquemos un concierto español para cuatro guitarras y orquesta, y nadie mejor que Vd., señor Rodrigo, para escribir este concierto, pues es Vd. la cumbre y la gloria de la música actual”.
Esta carta es el origen del Concierto andaluz para cuatro guitarras y orquesta, compuesto en 1967 “con temas inspirados en Andalucía, que no son populares y sí de mi propia creación”. En San Antonio, Texas, tuvo lugar el estreno, el 18 de noviembre de 1967, interpretado por Los Romero y la Orquesta Sinfónica de San Antonio, bajo la dirección de Víctor Alessandro.
El propio autor describió la obra con una sencilla eficacia, sin entrar en complejos análisis musicales:
“Consta de tres movimientos. El primero con aire de bolero lo forman tres temas, sin que estos apenas sufran desarrollo. El primero en aire de bolero, como queda dicho, el segundo, muy cantabile, tiene un marcado carácter andaluz; y el tercero, más vivo, presenta un inequívoco aire de bulerías.
El segundo tiempo consta de dos temas, adagio el primero y bastante movido el segundo, repitiéndose el primer tema para lograr una forma tripartita.
El tercer tiempo consta de dos temas: el primero con notables inflexiones de «sevillana» y el segundo, a manera de trío, es un brioso «zapateado», terminando el movimiento con la reaparición de las «sevillanas».
Las guitarras están lógicamente escritas de manera concertante y lucen un indudable virtuosismo. La orquesta, muy coloreada, dialoga estrechamente con las cuatro guitarras, y otras veces toma un papel protagonista para exponer algunos temas, como ocurre con la exposición del primero y segundo temas del primer tiempo”.
Curiosamente, la producción guitarrística del maestro Rodrigo está muy vinculada a los Estados Unidos, pues en Los Ángeles, en 1970, se estrenó el Concierto madrigal, para dos guitarras y orquesta, también un encargo de los intérpretes Ida Presti y Alexandre Lagoya. Doce años más tarde, y para celebrar la fiesta de mayoría de edad de sus dos hijas, los ricos ganaderos de Texas Carol y William McKay le encargaron el Concierto para una fiesta para guitarra y orquesta.
Serguéi Rachmáninov: Sinfonía nº 2, en Mi menor, Op.27
La primera de las tres sinfonías compuestas por Rachmáninov fue un fracaso en su estreno en 1897, dirigida por Alexander Glazunov. Las severas críticas le provocaron una depresión, de la que, gracias al doctor Nikolai Dahal, seguidor de Charcot que empleaba terapias como la autosugestión y el hipnotismo, se liberó con la escritura de su célebre Segundo concierto para piano, estrenado en octubre de 1901. A pesar de sus éxitos como director de la Ópera Imperial del Teatro Bolshoi durante dos temporadas, Rachmáninov se quejaba de la falta de tiempo para componer, y a comienzos de 1906 se trasladó con su mujer y su hija a Dresde, también para alejarse de las turbulencias sociales en su país. Allí permanecieron tres años, aunque durante los veranos volvían a Rusia, a la finca de sus suegros.
La Segunda sinfonía, dedicada a Serguéi Tanéyev, fue compuesta entre 1906 y 1907, años en los que también escribe el poema sinfónico La isla de los muertos y su Tercer concierto para piano. Se estrenó en San Petersburgo, el 8 de febrero de 1908, dirigida por el autor. A pesar del gran éxito, no compuso una Tercera hasta 1936.
El primer movimiento, Largo – Allegro moderato, se abre con una introducción melancólica, etérea y misteriosa. En ella aparece un motivo principal que se repite en diversas formas a lo largo de toda la sinfonía. El agitado tema principal, marcado como Allegro moderato, va seguido de una melodía alternativa más vibrante y de una sección de desarrollo con cambios de clima y efectos orquestales sombríos. Escuchamos algún eco del primer movimiento de la sinfonía Patética y finaliza con una coda enérgica que se interrumpe abruptamente. Se trata de un primer movimiento creciente y misterioso, dramáticamente intenso en el que se alternan “un conflicto tempestuoso y una visión serena".
Siguiendo la estructura de la sinfonía romántica rusa, establecida por Borodin y Balákirev, el segundo movimiento, Allegro molto, es un scherzo que precede al movimiento lento. Presenta un tema vigoroso de un brillante humorismo, interpretado en su mayor parte por la sección de trompas. La coral de los metales al final del scherzo es escalofriante y deriva del Dies irae, un canto gregoriano de la misa de difuntos, que empleó en casi todas sus composiciones importantes. El tema de la coral de los metales reaparecerá más tarde en la cadencia del último movimiento. Hay una hermosa melodía alternativa que se relaciona con el motivo recurrente del primer movimiento.
El Adagio arranca con un tema expuesto por las cuerdas que es una de las creaciones más bellas y memorables del compositor, una melodía extremadamente romántica a la que sigue otro tema igualmente atractivo. Para reforzar el carácter cíclico de la sinfonía, se repite el tema principal del primer movimiento. Este Adagio, notable por su textura polifónica, es considerado por algunos críticos como una apasionada música de amor mientras que otros destacan su carácter contemplativo y una cierta espiritualidad.
El último movimiento, Allegro vivace, es un Finale alegre y triunfante con su luminoso tema principal, que recuerda una tarantela napolitana y presenta una bella melodía alternativa exuberantemente orquestada, similar en su comportamiento exultante a algunas de los movimientos previos. Aparece una breve marcha de carácter grotesco a la que siguen una melodía de gran lirismo y una evocación del Adagio, que refuerza la estructura cíclica. La coda aporta un final victorioso, de energía resplandeciente, que disipa los anteriores elementos oscuros de la obra.
Juan Lamillar