DAAHOUD SALIM | Siete principios herméticos (Estreno absoluto) (Obra encargo de SGAE-AEOS)
MANUEL DE FALLA | Noches en los jardines de España
PIOTR ILICH CHAIKÓVSKI | Sinfonía nº 6, en Si menor, Op.74
Piano | Iván Martín
Director | Pablo González
Notas al programa
El presente concierto ofrece un programa denso que combina la innovación, la ensoñación unida a los jardines y la dolorosa introspección con ribetes de nihilismo. Cuenta además con un estreno absoluto, que cada vez son más frecuentes en las temporadas de la ROSS y que contribuyen a que el público pueda acercarse a la creación actual, tan estimulante como poco conocida.
Quizá no sea descabellado relacionar la mística de Falla, un compositor esencial, introspectivo, con la última obra de Chaikovski, una búsqueda descarnada de su verdad. Dos maneras de mirar hacia adentro, la de Falla pendiente del misterio de unos paisajes ensoñados, la de Chaikovski indagando en el misterio que toda existencia supone.
Daahoud Salim: Siete principios herméticos
Daahoud Salim, compositor sevillano, estudió con su padre, el saxofonista tejano Abdu Salim, figura pionera del jazz en Sevilla. Con ese aprendizaje que le abre caminos distintos y enriquecedores, se gradúa en Ámsterdam en piano clásico y piano jazz, funda un quinteto de jazz y lo compagina con sus actuaciones como intérprete clásico. En 2017 estrenó en la Fundación March la obra Colores invisibles, en la que explora las estructuras cognoscitivas de la mente y pone sonidos a esos colores que existen pero que no son percibidos por el ojo humano.
Manuel de Falla: Noches en los jardines de España
Las Noches fueron iniciadas en París hacia el año 1909, y concluidas en Sitges en 1915. El estreno tuvo lugar el día 9 de abril de 1916 en el Teatro Real de Madrid por el pianista José Cubiles y la Orquesta Sinfónica de Madrid, bajo la dirección de Enrique Fernández Arbós, en un concierto que también incluía El Amor Brujo.
Inicialmente la obra se concibió como cuatro nocturnos para piano, dos de los cuales fueron pronto descartados por el propio Falla: el “nocturno de Cádiz”, que pasaría a El Amor Brujo, y el “nocturno de Sevilla”. Su biógrafo Jaime Pahissa relata: “En su origen las Noches las había imaginado para piano. Pero cuando comunicó su idea a Albéniz, este le dijo: ¨Nada de tablillas. ¡Cuadros! ¡Cuadros!.¨ Y entonces el pianista Ricardo Viñes, que había estrenado en París las Cuatro piezas españolas, le sugirió que los escribiera para piano y orquesta”.
A su regreso a España, coincidiendo con el estallido de la Primera Guerra Mundial, Falla se instala en el pueblo costero de Sitges, hospedándose en la casa-taller de Santiago Rusiñol, el pintor por excelencia de los jardines españoles. A esa posible y tardía influencia se ha añadido la de Granada. Guía sentimental, de su amiga María Lejárraga. Falla no se trasladaría a esa ciudad hasta 1920.
Para su autor, las Noches en los jardines de España eran "impresiones sinfónicas", una música “que no tiene ninguna pretensión de ser descriptiva, es meramente expresiva” y en la que “el dolor y el misterio tienen también su parte”. Sus temas se basan “en los ritmos, modos, cadencias y figuras” de la música popular andaluza, pero no se usan en sus formas originales.
No estamos ante un concierto de piano, ya que en las Noches el piano aparece como un instrumento más de la orquesta pero asumiendo un papel principal, con una escritura que evoca la guitarra (abundan los arpegios y los trinos). Por lo demás, la instrumentación es equilibrada, como corresponde a una partitura que es a la vez ornamentada y evanescente. Una obra que transcurre “sin esfuerzos ni efectismos” y que es la más impresionista de Falla, de la que se ha dicho que “tiene vestido francés y cuerpo español”.
“En el Generalife” (Allegretto tranquilo e misterioso) comienza con una enigmática introducción que refleja su carácter nocturno. La delicada entrada del piano subraya esa atmósfera y el movimiento está atravesado de arabescos y acordes. El piano dialoga luego con diversos instrumentos solistas en un crescendo, para finalizar con la misma atmósfera del inicio.
Los dos movimientos siguientes se interpretan sin interrupción.
“Danza lejana” (Allegretto giusto). No sabemos en qué jardín se baila esta danza, que tiene en su brevedad un clima de inquietud y de oscuros juegos, con tiempos muy marcados. Sirve como puente entre las dos secciones.
“En los jardines de la Sierra de Córdoba” (Vivo). Se trata de un rondó con acentos de zambra y ecos del cante jondo. El movimiento, con su brillantez orquestal y la sensualidad del piano, evoca un ambiente festivo que desemboca en un final sosegado, un pianíssimo señalado como “sonido extinguido”.
Según Federico Sopeña: “Si El Amor Brujo es la obra más radicalmente original de Falla, las Noches en los Jardines de España es la más influida y, a la vez, la más bonita en el sentido literal del término: una delicia, delicia inseparable de la estética modernista-impresionista, pero salvándose de cualquier tentación de decadentismo. Es la primera gran obra española para piano y orquesta: ni Albéniz ni Granados lograron esta cima”.
Piotr Ilich Chaikovski: Sinfonía nº 6, en Si menor, Op.74
De las seis sinfonías compuestas por Chaikovski (siete, si incluimos la sinfonía Manfred, inspirada en un poema de Lord Byron), las tres primeras representan un mundo objetivo frente al intenso mundo personal presente en las tres últimas, las de mayor intensidad y unificadas, a pesar de la distancia temporal entre ellas, por la idea del fatum.
La Sexta lleva el subtítulo de “Patética”, sugerido por su hermano Modesto al día siguiente del estreno, con una palabra rusa que también puede significar “apasionada” y “emotiva” (el músico no estuvo de acuerdo con otra propuesta: “Trágica”), y tras su escucha comprobamos que también la obra rebosa pasión y emoción, y no está exenta de elementos trágicos. Compuesta entre febrero y agosto de 1893, el compositor dirigió el estreno en San Petersburgo el 28 de octubre de ese año, nueve días antes de su muerte. Así, su segunda interpretación, el 6 de noviembre, dirigida por su amigo Eduard Naprávnik, tuvo carácter de homenaje y revalidó el éxito del estreno.
En cuanto a lo personal, Chaikovski comentó a su hermano que había llorado mucho mientras la escribía; en lo musical, “desde el punto de vista formal habrá muchas novedades, sobre todo en el final que no será un ruidoso allegro sino un largo adagio” escribe en una carta dirigida a su sobrino Vladimir Davýdov, del que estaba enamorado durante la última década y al que dedica la obra.
El primer movimiento, Adagio – Allegro non troppo, muy extenso, se acoge a la forma sonata con una introducción lenta con un tema presentado por el fagot y las cuerdas que crea una atmósfera oscura, de sombría desesperación. El Allegro comienza con un fortissimo inesperado y es el desarrollo del movimiento. Presenta dos temas contrastados de gran carga emotiva: el primero, lleno de angustia; el segundo, de un acentuado lirismo. Luego, sobre el ostinato de los violonchelos se inserta un coral a cargo de los trombones, “Dormir con los santos”, extraído de la liturgia ortodoxa. Tras la recapitulación del segundo tema, el movimiento termina con una coda basada en una gran escala descendente, tocada por las cuerdas en pizzicato, y sobre la que descansa un nuevo coral de instrumentos de viento.
El segundo movimiento, Allegro con grazia, se caracteriza por su insólito compás de 5/4, utilizado por primera vez en una sinfonía. Eduard Hanslick escribía en 1896: “Este desagradable compás perturba tanto a los oyentes como a los intérpretes,” y opinaba que “podría pasarse a 6/8 sin el menor inconveniente”. El movimiento supone una pausa de distensión después del dramatismo del primero, y comienza con un vals sereno y elegante, al que se opone un trío de carácter melancólico y triste. Tras una alternancia de los dos motivos principales, el movimiento se cierra sobre un acorde pianissimo de los instrumentos de viento.
El Allegro molto vivace va más allá de un scherzo clásico. André Lischké lo define como “dionisiaco, de un impulso continuo, sin un instante de reposo y con, por una vez, una ausencia total de contrastes”. Destaca una marcha en crescendo, triunfante, reforzada con los metales y que se deleita con ritmos agresivos, casi grotescos. Después de algunas enérgicas repeticiones, la marcha cierra con fuerza este movimiento, que el compositor consideraba “solemnemente jubiloso”.
Hay que destacar que esta sinfonía es la primera en terminar con un movimiento lento: Adagio lamentoso, un final que refuerza aún más el lado patético de la obra y el sentimiento de desesperación, y que subraya la osadía y la novedad de la obra.
Presenta dos temas. Uno, hondo y desesperanzado, expuesto por los violines, y un segundo que dibuja una atmósfera de desolación pero también el acatamiento del destino, ese fatum que ronda sus tres últimas sinfonías. Las cuerdas entonan un lamento intenso y la música se va oscureciendo en una atmósfera muy cercana al tema inicial del primer movimiento, con lo que se establece una simetría. La recapitulación de la primera sección conduce a la coda, introducida por un grave coral de los trombones. Una evocación del segundo tema conduce la obra hacia un final en el que la sonoridad va apagándose hasta el silencio.
A menudo se ha señalado que si Chaikovski simplemente hubiera cambiado el orden de los dos últimos movimientos, habría conservado el optimista modelo beethoveniano, el triunfo de la luz sobre la oscuridad. Sin embargo, invirtiendo ese modelo y terminando con la caída nihilista y moribunda del Adagio (el mismo tempo con el que comenzó la sinfonía), aparte de confesarnos su desgarradora situación anímica, en lo musical introduce un concepto radicalmente nuevo en el género sinfónico, que Mahler continuaría con provecho en su Novena, también una obra de dolor y despedida.
Juan Lamillar