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París en Sevilla |
París en Sevilla

12/13OCT2023|20:00H

Teatro de la Maestranza |
20:00 h.
Director | Marc Soustrot

Georges Bizet | La Jolie fille de Perth: Scènes bohémiennes (1866)
Camille Saint-Saëns | Danse macabre, Op.40 (1874)
Maurice Ravel | Ma Mère l’Oye (1911)
Francis Poulenc | Les mariés de la Tour Eiffel: Le discours du Général y La baigneuse de Trouville(1921)
Camille Saint-Saëns | Sinfonía nº 3, en Do menor, Op. 78, “Sinfonía para órgano” (1886)

Director | MARC SOUSTROT

París en Sevilla | Notas al programa
París en Sevilla
Notas al programa

Comienza en el teatro de la Maestranza, tan cercano a uno de los escenarios de la ópera Carmen, la nueva temporada de la ROSS, y lo hace con un concierto que, en cinco obras de cuatro autores, resume cuatro décadas de música francesa, un antes y un después de ese acontecimiento, la Exposición Universal de 1900, que convirtió a París en el centro de la cultura europea. Esta velada nos llevará desde el Bizet operístico y el romanticismo tardío de Saint-Saëns hasta el impresionismo de Ravel y la vanguardia de Poulenc.

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La vida breve de Bizet, que murió tres meses después del estreno de Carmen (1875), una de las óperas imprescindibles del repertorio,  contrasta con la muy extensa y diversa de Saint-Saëns, autor fundamental en la música francesa, por su afán pedagógico y la recuperación de los músicos barrocos. Compositor en todos los géneros, Saint-Saëns poseía un dominio innegable del oficio, y, aunque fue juzgado demasiado académico y valorado con cierta condescendencia, abandonó hace ya décadas ese purgatorio crítico. Él mismo, en su perfil de Bizet,  escribe sobre “su compañero de armas” sin olvidar sus diferencias: “él buscaba ante todo la pasión y la vida; yo corría tras la quimera de la pureza del estilo y de la perfección de la forma”.

Ya en el siglo XX, nos asomamos al elegante melodismo de Ravel y a su maestría como orquestador, y a la chispeante ligereza de Poulenc, sin olvidar que entre las dos obras de este concierto tuvo lugar la Primera Guerra mundial, de cuyos efectos destructivos y las consecuentes reflexiones morales quisieron resarcirse unos años veinte felices pero fugaces.

Años en los que brilla la figura polifacética de Jean Cocteau, impulsor de una vanguardia que propugna una música nueva y una nueva relación con el público. “Su” Grupo de Los Seis es partidario de una música antiromántica, cercana a la cultura popular moderna y que se distingue por la sencillez, la claridad y el humor.

Cocteau es autor de dos libros fundamentales para comprender la nueva estética:  El gallo y el arlequín: notas sobre la música (1918) y La llamada al orden (1926),  que supone un rechazo de las vanguardias extremas y la adopción de formas más tradicionales, como se puede observar en las obras que Picasso y Stravinsky realizaron en este período.

 

Georges Bizet: La Jollie fille de Perth: Scénes bohémiennes.

En 1867, Bizet estrena La bella muchacha de Perth, ópera en cuatro actos inspirada en una novela de Walter Scott. Aunque ya en 1869  intentó  adaptar algunos números, fue en 1873-74 cuando, tras transcribir para piano las Escenas húngaras de Massenet, Bizet preparó una suite de su ópera, en cuatro números: Preludio, Serenata, Minueto y Danza bohemia. Esta última es el más popular, debido a su áspero color orquestal y a un ritmo de progresiva aceleración, que anticipa la famosa Danza bohemia de Carmen.

 

Camille Saint-Saëns: Danse macabre op. 40.

Junto con El carnaval de los animales, se trata de una de las obras orquestales más célebres del autor. Este poema sinfónico fue compuesto en 1874,  inspirado en unos versos de Henri Cazallis que evocan las medievales danzas de la muerte.

Tras las doce campanadas de medianoche, el “violín de la Muerte”  toca un tema sarcástico, seguido de  otro de tono melancólico, como incitación y acompañamiento al baile de los esqueletos, que hacen sonar sus huesos mediante el xilófono y los pizzicati. No falta una parodia grotesca del Dies irae (tema fundamental en la Tercera sinfonía), hasta que, con  el canto del gallo (oboe), los esqueletos vuelven a sus tumbas.

Es muy famosa la transcripción de gran virtuosismo realizada por Liszt.

 

Maurice Ravel: Ma mére l’Oye.

Mi madre la oca tiene su origen en la amistad del enigmático Ravel con la familia Godebski, a cuyos hijos Mimi y Jean dedica cinco piezas para piano a cuatro manos que reflejan el mundo infantil de los cuentos (Perrault, condesa d’Aullnoy, madame Beaumont…). Estrenadas en 1910,  al año siguiente se convirtieron en una suite orquestal que conserva y subraya la delicadeza y el carácter intimista de la obra. En enero de 1912 se estrenó un ballet, encargo de Jacques Rouché,  para el que Ravel compuso dos números nuevos y escribió el libreto.

La “Pavana de la bella durmiente del bosque” presenta una sencilla melodía, iluminada por la flauta y el clarinete, acompañados por el pizzicato de las cuerdas, que sugiere un tono misterioso.

“Pulgarcito” nos conduce al corazón del bosque, en el que los niños caminan acompañados por el canto de los pájaros, hasta que el ritmo de la marcha va desvaneciéndose en un acorde final que acaba con la angustia infantil.

“La niñita fea, Emperatriz de las pagodas”  es la pieza más extraña y está considerada una obra maestra de la orquestación raveliana. Presenta un carácter oriental, con un tema animado al que sigue otro con el ritmo sincopado de las cuerdas, y entre los dos tejen una riqueza de sonoridades de gran refinamiento.

“Las conversaciones de la Bella y la Bestia” es un movimiento de vals muy moderado, un diálogo en el que el clarinete representa a la Bella y el contrabajo a la Bestia. El glissando final del arpa deja imaginar al príncipe oculto tras la feroz apariencia.

En “El jardín encantado”, el beso del Príncipe despierta a la Bella durmiente. Un tema amplio y sereno, de tempo lento, va convirtiéndose en una página luminosa, en la que destacan el arpa y la celesta, a las que se suman los demás instrumentos hasta una apoteosis final colorista, con fanfarria en los metales y glissandi de arpa y celesta.

 

Francis Poulenc: Les mariés de la Tour Eiffel: Le discours du Général y La baigneuse de Trouville.

Encargado por el mecenas Rolf de Maré para sus Ballets suecos, en 1921 se estrenó Les mariés de la Tour Eiffel, en el que colaboraron cinco de los componentes del grupo de Los Seis: Auric, Honneger, Milhaud, Poulenc y Germaine Tailleferre   (falta Louis Durey). La obra, con libreto de Cocteau, nos acerca a una boda celebrada en la primera plataforma de la torre Eiffel, precisamente el 14 de julio, día de la fiesta nacional. Más que los novios, el papel protagonista lo tiene una máquina fotográfica de gran tamaño, de la que, en vez del pajarito acostumbrado, salen un avestruz, una bañista de Trouville, el niño del futuro (que masacra a los invitados) y un león que devora al general.  Otros personajes son el director de la torre, una ciclista perdida, un cazador, un marchante y un coleccionista americano…   Dos actores, metidos en cabinas que semejan grandes fonógrafos van comentando la acción.

La obra consiste en una sucesión de diez números, contagiados por la música popular y llenos de clichés musicales. Esta noche se interpretan los dos compuestos por Poulenc: la polca “El discurso del general” y el cancán “La bañista de Trouville”.

La boda ilustra los tópicos y la banalidad de la vida burguesa, mientras que las distintas apariciones nos acercan al universo de lo fantástico. Cocteau definió la obra como “un género de secreto casamiento entre la antigua tragedia griega y una pantomima navideña”.

 

Camille Saint-Saëns: Sinfonía nº 3, en Do menor, op. 78. “Sinfonía para órgano”.

A pesar del título de la sinfonía, y del puesto del compositor como organista titular de la iglesia de la Magdalena, en París, el instrumento no tiene carácter virtuosístico y sólo aparece en el segundo y cuarto movimientos.

La sinfonía, un encargo de la Sociedad  Filarmónica de Londres, fue compuesta en el invierno de 1885-1886, y estrenada por su autor en mayo de 1886. Para la ocasión,  escribió un análisis, en el que detalla que “incluye prácticamente los cuatro movimientos tradicionales: el primero, de desarrollo restringido, sirve como introducción para el adagio, y el scherzo está conectado, en el mismo estilo, con el final”.

Con una orquestación densa y equilibrada, contiene varios tipos de música, a veces íntima, a veces grandiosa. A pesar de su espectacularidad, no deja de representar el final

de un romanticismo tardío, aunque se da la paradoja de que el compositor, tachado de conservador, en esta obra aparece como innovador por su manejo de la forma y del desarrollo temático,  así como por la condensación de los cuatro movimientos clásicos en dos.

Saint-Saëns la dedicó a la memoria de Franz Liszt, que murió en junio de 1886, y que, en sus poemas sinfónicos,  había promovido el concepto de transformación temática cíclica, el desarrollo y la variación de un único motivo a través de todos los movimientos de una obra, procedimiento tan influyente en esta sinfonía.

  1. Adagio. Allegro moderato. Poco adagio.

Tras una breve introducción, aparece el Allegro moderato con un tema dramático que evoca el Dies irae,  asociado con la muerte, que será el motivo principal de toda la obra. De él se deriva el segundo tema, de expresión más serena,  y los dos se transforman en el desarrollo. El final se encadena con el segundo movimiento, Poco adagio, conocido por la romántica melodía de su tema principal, con un sentimiento meditativo, presentado por la cuerda con los acordes del órgano y que se hace más enérgico. Vuelve el tema original y antes de terminar encontramos una brillante interpretación de la madera apoyada majestuosamente por el órgano. La coda final, con sus frases serenas y elevadas, crea una atmósfera casi mística.

  1. Allegro moderato. Presto (Scherzo). Allegro moderato. Maestoso.

La segunda parte empieza con un scherzo, presentando un tema agresivo y enérgico, una variación del tema principal de la obra. En el trío entra el piano con rápidas escalas y arpegios. Vuelve el scherzo y cuando parece que se va a repetir el trío se introduce un nuevo tema, derivado también del principal, hasta llegar a un fugato. Un tema sereno en el violín sirve como transición al movimiento final, que se interpreta sin interrupción. Empieza en modo maestoso con un poderoso acorde del órgano. Vuelve el tema principal todavía más parecido al Dies irae. Después de una breve frase más tranquila, el órgano se une a la orquesta en una brillante interpretación del tema. El movimiento presenta varios contrastes, y no oculta cierta serenidad bajo la grandiosidad. Tras el desarrollo, la sinfonía termina de modo esplendoroso con una solemne coda sobre los acordes del órgano en un luminoso do mayor.

Juan Lamillar

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